GRITOS QUE MATAN SÚBITAMENTE.
En el sur del pacífico, existe una isla llamada Salomón, como es de esperarse en zonas pacíficas habitadas ricamente en árboles, coexisten los taladores, algunos lugareños tienen una forma peculiar de talar árboles, la cual consiste en lo siguiente.
Si un árbol es demasiado grande para tirarlo con una hacha, lo que hacen los lugareños es tirarlo a gritos. ¿Cómo es esto posible? Bueno, cuentan los nativos, que los leñadores con "poderes especiales" se suben a un árbol exactamente al amanecer y enseguida empiezan a gritar a todo pulmón cosas negativas al árbol. Cada mañana durante 30 días repiten el mismo procedimiento, hasta que el árbol sin fuerza, cae por sí sólo.
La teoría de los lugareños es que, los gritos matan el espíritu del árbol, según los isleños siempre da resultado.
Para algunas personas este método resulta extraño, encantador o primitivo, y que es una verdadera lástima que los isleños no tengan la tecnología urbana para poder talar rápidamente.
Mi opinión es, ¿no sé quién esta peor? Tal vez el que yo estudiara psicología me hace pensar así, pero en el fondo sé que es mi humanismo, y un mensaje demasiado triste, que la tecnología y nuestros propósitos como humanos, acaban con la poca naturaleza que hay, que incluso en las plantas, árboles, animales hay emociones, pero no pueden hablar. Ahora el otro lado de la moneda es una reflexión, ¿cuántas veces le hemos gritado a las personas, tanto como conocidos, familiares o desconocidos, que son "tontos, estúpidos, que no sirven para nada, que la cabeza no les da, que son fe@s, que sólo están para servir, que si están muy flacos, que si muy gordos, o simplemente los ignoran y no los escuchan cuando tienen algo de que hablar?" Dicen que el cerebro no tiene humor y por cada que le dices cosas negativas o menosprecias a alguien, tú estás contribuyendo a una muerte súbita ¿sabes cuánta gente sufre de depresión o enfermedades mentales, pero por tú ignorancia tiendes a decir que es un estúpido o estúpida y que su cabeza no le da? ¿No sabes la lucha interna,social, y familiar que está teniendo esa persona para poder sobrellevar su enfermedad?
Gente, sean más conscientes de lo que dicen y como lo dicen, por que no sabes el cambio radical que puede tener en la vida de una o varias personas, no maten el espíritu de la gente, al contrario, siempre traten como amor que es el medicamento más efectivo contra lo mundano y diario que mata cada día.
¿Y yo? Yo le grito a mi mujer. Y le grito al teléfono y a la cortadora de césped. Y le grito a la televisión y al periódico y a mis hijos. Incluso se dice que he agitado el puño y le he gritado al cielo algunas veces. El hombre de la puerta de al lado le grita mucho a su coche. Y este verano le oí gritarle a una escalera durante casi toda una tarde. Nosotros, la gente educada, urbana y moderna, le gritamos al tráfico y a los árbitros y a las facturas y a los bancos y a las máquinas…, sobre todo a las máquinas. Las máquinas y los parientes se llevan la mayor parte de los gritos. Yo no sé lo que hay de bueno en ello. Las máquinas y las cosas siguen en su sitio. Ni siquiera darle patadas sirve a veces para nada. En cuanto a las personas, bueno, los isleños de Salomón pueden apuntarse un tanto. Gritarles a cosas vivas puede hacer que muera el espíritu que hay en ellas. Los palos y las piedras pueden romper nuestros huesos, pero las palabras rompen nuestros corazones” (Robert Fulghum).
Cada palabra está cargada de energía y de emociones .Las palabras nos abren a un mundo nuevo ya sea de destrucción o de amor, aunque según cómo las utilicemos, también pueden encerrarnos en un mundo de tristeza, angustia y dolor. Muchas veces no somos totalmente conscientes del valor que éstas tienen. Hablamos sin pensar, maldecimos y nos enojamos gritando,quejándonos de todo, sin saber que aquello que dijimos o pensamos se expande en nuestro entorno, llegando a todo y a todos. No podemos cambiar nada sin antes comprender. La condena no libera, oprime.
Fuente:
riochico.wordpress.com/2008/01/03/la-tala-de-arboles-en-las-islas-salomon-robert-fulghum/
Escrito por: María de los Ángeles Jiménez C.

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